
Aquel día de verano, el cual parecía ser uno de los típicos de la vida de Sandra, comenzó como estaba escrito, de manera extraña e inconfundible. Tal vez esta era la única oportunidad de cambiar y girar de forma casi rotunda una vida algo vacía y llena de intimidad. Asimismo estaba claro que este día sería el único y más hermoso de su camino personal. Así fue como muy temprano, Sandra despertaba de manera casi automática ante un pequeño brillo en su cara, el cual jamás había atravesado la oscura cortina de la habitación de tonalidad distintiva de su personalidad. El acto a seguir fue como lo propio en sus acciones, no se percató de la presencia azarosa del haz de luz típico de una mañana despejada intentando abrir sus ojos de manera involuntaria. Trató como típicamente intentamos todos de zafarse de aquel molesto acontecer y no salir al estado de vigilia que poco a poco se aproximaba. Al fin, por vencida dejó su almohada que aferraba de manera rabiosa en su rostro y allanó el piso con sus pies descalzos. En un principio, no sintió el frío intimidante de una cerámica llana y tímida, sino sólo el equilibrio temporal de su cuerpo en una habitación aún oscura y como laberinto ante un andar. Apenas sintió el voraz frío en sus plantas somnolientas, dio saltos interminables y balanceándose de manera rápida, logró alcanzar sus típicos y quizá nunca antes usados zapatos de dormir. En ese instante, ya con seguridad para enfrentar el aguerrido e insistente brillo, abrió de manera lenta aquel visillo y logró tener el primer contacto con una ciudad que le era apacible y hermosa. Por primera vez en quizá días, meses o hasta años Sandra se había detenido a mirar una paisaje tan silencioso y admirable.
Fue así como de manera placentera abrió las ventanas de toda su casa, y empezó a sentir el aire fresco y puro de un día que era pronosticado como fresco y parcial. Olvidadiza de que era un día festivo, Sandra miró su reloj y como acto reflejo rompió con el estado placentero y calmo de su alma en equilibrio con el ambiente al igual que un chasquido de dedos. Entró a la tina, se vistió y lista para salir tomó su celular –quizá el más carceloso de su existencia- el cual en su casilla de mensajes la felicitaba la compañía del celular por su cumpleaños. En ese segundo, totalmente colapsada y casi muda se sentó en su sofá regalón y miró el calendario, ¡Pues… claro! Era su cumpleaños y no sólo eso la impactaba, sino que también era Domingo, es decir, no un día para estar vestida y lista para su trabajo. Fue en esa reflexión de minutos en que comprendió que no sólo se había olvidado de los suyos, pues estaba desolada viviendo su mundo; sino que también se había olvidado de ella misma.

Para romper con ese tren en marcha, del cual ya era cliente frecuente y que ella misma había formado hace ya décadas, Sandra de una vez por todas, rompió en llantos y en una ira desaforada. Quizás una emoción interna que jamás había dejado salir por el temor a mostrar debilidad o simple flaqueza. Al pasar las horas, la templaza se apoderó de su sensible figura. Ya nada le hacía sentir un peso, pues por fin había abandonado las mochilas que alguna vez cargó y formando una coraza mantuvo.
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Primera Parte.