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Santiago, Chile
Alguien que le apasiona escribir y describir sobre gente, lugares, reflexiones de vida y columnas de crítica social.

6 de enero de 2008

"Un camino pedregoso"

Siempre me pregunté cómo sería estar en un templo del saber tan grande como la Universidad, en un principio siempre creí lo que muchos dijeron al respecto… que era difícil, “ni comparado con el colegio”, una gran fuente de diversidad, “se ve de todo en ella”, etc. No hubo persona que estando en ella o nunca habiéndola conocido opinara, pero más allá de esa ilógica paradoja algo en mí me hacía presagiar una pequeña contradicción en sus “dimes y diretes”, pues me faltaba algún consejo con el verbo “sentir”. Lamentablemente esa idea quedó en la nada, pues nunca oí algo distinto. Cuando por fin se acercaba el día llegué con la asimilación en mi mente de algo nefasto y quizás hasta con una pizca de temor, pues nunca antes había vivido algo así y ya no era ese miedo o retorcijón en el estómago de un inicio de clases común (que era una de las experiencias que casi por doce años viví), ya que es obvio estaba “mayorcito”. Cuando a principio de año por fin pude pisar aquellos pastizales verdosos y tan pulcramente cuidados en una de las tantas opciones dentro de la gama de posibilidades universitarias me di cuenta por fin que en verdad todo era muy distinto a como estuvo plasmado en mi mente de manera cruda y casi autoritaria por mis cercanos, quizás se asemejaba mucho a lo que cuando niño soñé con el amor, pues nada de lo que veía me parecía conocido o altamente cercano a mi mundo. Todo era muy perfectamente realizado, era como uno de esos juguitos que armas cuando niño y te crees arquitecto, si hasta la gente sonreía todo el tiempo como que estuvieran pagados como en un parque de diversiones. Más allá de eso creerás que me decepcioné y atiné a salir corriendo como un típico muchacho en colapso, para tu calma mi respuesta a aquel enfermo cuadro de colores universitario fue muy distinta. Pues no es que me haya entristecido porque mis ideas se contradijeran un poco, pero todos sabemos que cuando uno trae una impresión de un “algo” y de un segundo a otro se empieza a desmoronar grano a grano hasta quedar sencillamente un esqueleto de lo que siempre fue tu idea, llegas a pensar ¿y esto era? Quizá por eso me sentía como extraño. Al pasar los meses entre en un ritmo que todos llaman imbécilmente porque no existe otro nombre “universitario” y sin querer o atinar a cambiar de rumbo logré pasar todas las vallas impuestas académicamente pero sin siquiera sentir un placer de que estaba feliz con mi mismo o con lo que hacia internamente. Quizá no le di tanta importancia pues siempre me he cuestionado mucho el porqué de mis acciones en la vida y una más de ellas y además académica no iba a hacer tirar todo por la borda o atentas humanamente con mi “sueño”. Cuando por fin logré toparme con mi “yo” que ambulaba por los pasillos de esos edificios antiquísimo y casi oligárquicos del siglo no sé cuánto y me miré a los ojos logré divisar una faz algo trémula o casi distintiva de los que por allí caminaban como torturados o casi sonámbulos ¿Qué era esa distinción en mí? Te preguntarás, pues no era nada del otro mundo sino des-brillo en mi mirada alicaída. Lo acompañé para ver qué hacía en su monótona caminata estudiantil y me di cuenta que estaba muy vacío en su interior, pues ni siquiera se cuestionaba muchas cosas como antes era un menú típico en su cocina hogareña. Sucumbió ante todos me cuestioné, pero mi respuesta fue negativa al ver que aquel joven ya internado en la espeluznante burbuja de san Joaquín aún tenía en su sentir emocional algo que brillaba y lo hacía trascender de todo y todos. Es que aquel ser ilusorio de ideas algo diáfanas o más bien altruistas tenía al pasar el tiempo un grupo social muy lleno de hermosos sentimientos humanos ¿quiénes eran aquellos seres tan místicos y escondidos? Pues era fácil darse cuenta, y me detuve a mirarlos uno a uno para poder contarte con detalle sus corpóreas y visibles formas.
Primero estaba un joven muy extrovertido al cual le apodaban Fabu! siempre lleno de vida y alegría para regalar al mundo, en que su bondad se notaba desde la lejanía que lo vía yo. Tan sutil en su trato al mundo, tan lleno de ideales, con ganas de poder demostrar a su entorno que se puede luchar por más que la vida te ponga infinitos obstáculos, con una fuerza interior única y por lo demás admirable. Nunca había logrado ver a alguien quién pudiera amar tanto al humano por su esencia que por su corpórea forma; aunque me asusté de dañarle se notaba que en su vida diaria daba a sus seres amados una muestra de amistad y apoyo notable. Al instante de mi absorta mirada en aquel joven logré divisar una muchacha dispar, algo ensimismada en su acontecer natural (entorno), de no muy alta estatura, delgada silueta, morena tez y pelo marrón-negro. Con una vestimenta algo distinta a todos, con una mirada siempre a los ojos de su público y con una energía visual de sencillez ante lo académico que era envidiable. Siempre estaba con un relajo despampanante a lo que en verdad a ella le importaba, siempre llenada de defectos al ramo en estudio que al final meditabas un segundo y entendías muy bien su posición, pues realmente y siendo honestos el estar sentados allí en vez de estar fuera tirados en un pastizal absorbiendo sol como lagartijas era muy placentero. Le llamaban Cony, siempre quise intentar conocer más a ese extraño ser, pues algo me intrigaba que no podía explicarme y con ella al poder hablar del mundo y abrir mi corazón sentía una confianza extrema casi escalofriante, pues apreciaba una similitud de vidas algo inefable. Siempre con la palabra precisa ante cualquier desdén del inconsciente me hacía acercarme aún más a su intrincada forma de vivir. Creo que le hacía muy bien a mi “yo” pues lo sacaba de un mundo tan terrenal y burbujístico como era la Universidad y lo llevada a un campo lleno y vacío de ideas para construir, plantar y después cosechar; casi me invitaba a mi a entrar a ese mundo con mi “yo” y hacernos uno solo y empezar a vivir en ese mundo, era tan sensacional que jamás dejaría que se alejara de mi vida al mismo estaba ese amigo que con sus sensacional forma de ver lo positivo de lo todo tan nefasto me hacía sonreír por lo más insignificante y me enseñaba a valorar cuán es importante un detalle en un gran objeto.
Terminando el año logré por fin ser uno y ya no sentirme separado de mi inconsciente, pues ya podía levitar por los caminos agrestes con un temple propio y era obvio, pues ya no estaba solo estaban aquellos seres mágicos que hicieron que de un día a otro lograra entender un poco más en camino que había elegido y cómo fácilmente podía empezar a decorarlo como yo quisiese. Ahora sólo queda continuar en este mundo tan numérico y falto de literatura, pero estoy tranquilo pues ya sé que no estoy solo.